La equipación que recibía el nuevo templario
quedaba bajo su entera responsabilidad, sin poder compartirla con
nadie, ni siquiera la más pequeña de sus prendas. También estaba
obligado a cuidar el equipo con el mayor esmero, porque su
vestimenta y su aspecto externo siempre debía ser la mejor imagen
de su condición de monje-caballero.
Como ropaje personal recibía un par de camisas, el
mismo número de calzas y mantos (uno de éstos, el de invierno,
provisto de un forro de oveja o carnero), una pelliza, un sayón,
una capa, una túnica, un grueso cinturón de cuero, dos bonetes
(uno de algodón y otro de fieltro) y un par de zapatos. Para la
cama se le proporcionaba un jergón, dos sábanas, una manta ligera
o estameña y una manta gruesa. Todas llevaban unas rayas blancas y
negras, que eran los colores del Temple, ademas de la cruz roja, que
se cosía o se pintaba en el lugar más visible.
El equipo que distinguia a los Caballeros
Templarios hacia 1120, poco después de sus formación, estaba
compuesto por una cota de mallas y un casco como el que vemos en
la imagen.
Treinta años más tarde, en 1150, se añadió a la
cota de mallas el escudo alargado y la oriflama.
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Un siglo después, año 1250, ya se aprecia el
cambio hacia la típica armadura del siglo XIII, que incluía el
calzado de malla y el yelmo cerrado.
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